El milagro de la orquesta


ENSAYO
El milagro de la Orquesta
por Luis Fco. Gordillo Navarro
Varios autores - 30/03/2013

Desde el comienzo de su historia el ser humano ha formado grupos para realizar tareas en conjunto, y de ahí la necesidad de que surgiera un lenguaje.

Entre esas actividades se encontraba, claro está, la música, ya sea para cantar –en homofonía o a varias voces– o bien formando agrupaciones de instrumentos que ejecutan una pieza en común. Al principio pequeños grupos de instrumentos similares y más adelante la combinación de instrumentos representativos de cada una de las diferentes familias instrumentales. Estos conjuntos han ido evolucionando con el paso del tiempo y a su vez han asimilado los cambios que en la sociedad y en el pensamiento se producían. Pero aún hoy mantienen la esencia de aquellas que fueron las pioneras: unirse para hacer música.
Puede ser por esto que en la mayoría de ocasiones no se valore a la agrupación orquestal como se merece. Quizás porque la sociedad ya ve a este conjunto como algo totalmente asimilado, y no nos paremos a pensar cómo decenas de músicos pueden transmitir en común la belleza de una partitura musical. Acaso deberíamos ponernos por unos momentos en el lugar de un músico, miembro de una orquesta, y pensar cuál sería nuestra labor dentro de este inmenso grupo. Tal vez así lográsemos valorar y apreciar lo que esta actividad supone.
El primer paso que debe completar el miembro de una orquesta es su formación como Músico, y bien digo como Músico (con mayúsculas), y no como persona capaz de leer los signos de una partitura y trasladarlos a un instrumento al que sabe hacerlo sonar. El músico llega más allá. Comprende emocionalmente la pieza y no se ciñe al guión que es la partitura, tinta sobre papel, sino que capta y transmite el espíritu de la música que algún compositor concibió.
La música escrita para orquesta se caracteriza por estar compuesta de varias capas, de varias líneas sonoras que se superponen y juegan entre ellas, a veces en interrelaciones insospechadas. Esto, unido a que las piezas para orquesta suelen tener una duración considerable, da como resultado una complejidad notable. Pero la esencia que cualquier pieza musical encierra se mantiene; esa esencia es el sonido. A pesar de formar parte de una inmensa textura orquestal, cada sonido es importante. Cada sonido transmite una determinada imagen o concepto, ya sea concreto o abstracto. El músico debe saber transmitir el alma de cada sonido. El músico tiene una relación amorosa con el sonido. El Músico es un fabricante de sonidos, y para ello debe ser un excelente conocedor de su instrumento y producir cada uno de ellos en unas óptimas condiciones de emisión, color, carácter…, ahí se encuentra el alma de cada sonido.
Pero la orquesta y su música no sólo requieren al músico en su labor individual, sino también en la colectiva. El conjunto demanda de cada individuo el uso de su oído interno y externo; y no me refiero a ellos fisiológicamente sino a su significado musical. Oído interno para ser capaz de sacar el mejor y más adecuado sonido de su instrumento. Y oído externo para actuar en consecuencia al sonido global del conjunto. Cada participante de la orquesta actúa de forma activa, escuchándose entre ellos, haciendo distinción entre los demás instrumentos de su misma cuerda y el resto del grupo, trabajando los aspectos de afinación, balance y coordinación. Cada integrante elabora las respuestas necesarias a lo que se está escuchando, adaptando su propio sonido al conjunto. Por tanto se requieren altos niveles de improvisación y adaptación a nivel personal y como agrupación.
La finalidad principal de una orquesta es funcionar como una unidad, formada a su vez por individualidades. Un ejemplo que ilustraría este funcionamiento lo encontraríamos en nuestras propias manos. Una mano está formada por dedos, cada uno de ellos totalmente independiente, pero que se mantienen siempre unidos, y cuando la ocasión lo precisa se recogen todos ellos y forman un puño, una sola unidad, capaz de realizar tareas que, individualmente, no estarían al alcance de los dedos. Eso mismo ocurre en la orquesta, se cuenta con las dos opciones. Las capacidades individuales y las grupales aumentan la cantidad de alternativas, haciendo así única y especial a la orquesta.
El director
La figura del director suele verse con superioridad al resto de los integrantes de la orquesta, pero en la realidad no sucede ciertamente así. El director es algo más que una figura que sobresale del grupo, de pie mientras el resto está sentado, moviendo los brazos de forma acorde, que espera a que termine la música para girarse y saludar al público mientras sonríe.
El director, como cada uno de los integrantes de la orquesta, es una parte indispensable, y aunque diferente a la del resto del conjunto también tiene una función determinante para el logro final de la orquesta; hacer música. El director es el encargado de tomar las decisiones en cuanto a la interpretación global de la música se refiere. Es el encargado de propiciar que cada sonido deje al descubierto su alma. Dicho esto puede parecer que el director es la máxima autoridad, el que toma las iniciativas y las decisiones críticas. Pero más allá de eso debe actuar de forma flexible, transmitiendo su atención y concentración a los músicos. Su trabajo se establece en el plano energético. La concentración de su mirada debe transmitir las cualidades de una interesante conversación. Debe implicarse con una escucha atenta a lo que la orquesta le dice y actuar en consecuencia, con unos gestos que motiven al conjunto a permanecer en tensión, a la vez que transmiten musicalidad, acariciando la música, los sonidos.
Sin entrar prácticamente en el terreno del repertorio dedicado a la orquesta y sin hablar para nada de los aspectos económicos queda constancia en estas líneas de las dificultades que entraña la interpretación de una pieza musical por parte de un mayúsculo conjunto de músicos como es la orquesta. Sólo hace falta pensar en el lugar que ocupa la música en la sociedad actual, y en las prioridades y objetivos por los que ésta se decanta, para declarar que hay razones de más para que las actuaciones orquestales sean, más que nunca, un milagro. Y si no han llegado a desaparecer (aunque intentos nunca han faltado) habrá motivos detrás; y quiero pensar que relacionados con la música y sus atributos. Quizás nunca lleguen a desaparecer, o no seamos espectadores de ello, pero mientras esté a nuestro alcance y nos sea posible, disfrutemos de los milagros.
[Publicado por primera vez en febrero 2011, nº 2 de "Jugar con fuego", revista digital que dejó de publicarse en 2012]